Desde la creencia de fluir y considerar cada experiencia, persona que se cruzan por mi camino, y desafío de vida como maneras de reinventarme, le he dado sentido a cuestionamientos que en ocasiones no comprendo de manera inmediata, y es aquí entonces donde entra del regalo del tiempo que me ha ayudado a encontrar la razón de ser a aquellas preguntas que surgen de manera recurrente en mi mente, en esa que va a velocidad excesiva pero ahora mucho consciente.
Es cierto que no hay crecimiento sin incomodidad, y aunque al sentirla, las ansias son de huir, también es cierto que evadir no es la respuesta, y que en la incomodidad de sentir lo no fácilmente reconocible se crea un instante en el tiempo para la sanación y para construir una versión de sí mismo, una con más herramientas y con mayor conciencia.
Reinventarse desde el agradecimiento. De las muchas herramientas que he decidido trabajar para calmar mi mente y hacer las paces con la ansiedad y la depresión, la gratitud ha sido sin duda la más poderosa. Agradecer y enfocarme en los mínimos detalles, los que la rutina nos hace dar por sentado, cómo si hasta el poder sentir el viento en nuestra piel fuera un hecho que se tiene asegurado solo por existir. He querido comprender como he manejado lo que en algún momento me resultaba imposible, cómo se muere y se renace, cómo ayer no le encontraba propósito a la vida y hoy entiendo la fortuna del estar viva. Quisiera decir que he encontrado la solución a aquel sentimiento de desesperación que por mucho tiempo me hacía consciente de cómo mi pecho crecía y se pasmaba cuando respiraba. Y aunque no es explícita hoy a mis ojos, puedo afirmar que es el resultado de mucho trabajo personal, de conciencia, de incomodarme, para poder escucharme, comprenderme y entender de dónde viene, de qué creencia o de qué lealtad no consciente.
Han sido cuatro años y hasta seis, en los que la incomodidad me ha llevado a totalmente reestructurar mi manera de ver la vida, en los que he buscado y trabajado en resolver los por qué y para qué. En los que he aprendido a verme a mí misma y a los demás con ojos de compasión. He entendido que las personas han hecho y brindado lo que estaba a su alcance en aquel momento, con las herramientas que tenían disponibles, lo que sus experiencias y nivel de conciencia les permitían ofrecer. He trabajado una y otra vez en entender mis miedos, asimilarlos y desapropiarme de ellos o incluso usarlos como trampolín, he aprendido a conocerme y a comprender, cada pensamiento, cada palabra, las sensaciones de mi cuerpo. Ya nada en mi vida es por casualidad, ahora me leo, entre líneas, me entiendo y soy consciente de mis reacciones, de mis sentimientos y pensamientos. No los limito al momento o a la situación, los extiendo a mi pasado a todo lo que de alguna manera he decido callar, guardar, aquello que desde el silencio se refleja en mis temores y en mis acciones.
Aún más he decido poner atención a mis palabras, al dialogo que mantengo conmigo misma, de la manera en la que me veo al espejo, y de cuáles son los pensamientos que llegan a mi mente cuando estoy frente a situaciones que son detonantes. Me siento tan orgullosa de mí, y aún no me creo que esté escribiendo esto, de manera consciente, creyendo cada letra de esa frase. Porque para mí el reconocimiento de esa frase significa el logro de comprender el concepto de amor propio y de aceptación.
Y diría que quizás esta es una de las razones por la que he redefinido la palabra confiar. Hoy confío en el proceso, en el aquí y en el ahora y confío en que los tiempos y lugares de este son los correctos. De esta manera he hecho las paces con el control, y no, no es un proceso fácil, aún más cuando ha sido este mi método de supervivencia. Soltarlo es la manera en la que he decidido honrar la palabra confiar, en la que he honrado mi ahora creencia de mirar todo desde la expansión y entender que el propósito es más grande que mis miedos, incluso cuando la incertidumbre hace parte de la ecuación, es que quizás es la confianza lo que me ha dado la certeza de la tranquilidad y de quitarle el poder a los pensamientos invasivos que me llevaban a hundirme en la desesperación disfrutando la plenitud del dejar fluir.
